
De sentido común: “¡ahí está el mal!”
“En algún lugar de la mancha” un curandero pícaro iba a las casas de sus paisanos y señalando alguna tira de chorizo seco u otro alimento apetecible les decía: “¡ahí está el mal!”, y se los hacía “tirar” en algún rincón del campo para que se liberen del “daño”... pero a la noche el mismo pasaba y se quedaba con el producto.
Tenemos mucha facilidad a la hora de echar culpas y no siempre hacemos bien el diagnóstico de la situación para buscar un remedio adecuado. Algunos lo hacen por algún tipo de conveniencia – como ese curandero- y otros por ingenuidad o irresponsabilidad… porque siempre es más fácil echarles la culpa a los demás que intentar cambiar nosotros.
Por ejemplo, si hay inseguridad la culpa parece tenerla la pobreza ¡ahí está el mal!, y nos olvidamos que hay pobres muy dignos y que la pobreza puede llevar a “robar” algo para comer, pero no a herir o matar por dinero…; si hay violencia contra la mujer la culpa la tiene el machismo, el “patriarcado” ¡ahí está el mal!, y nos olvidamos que vivimos en una sociedad violenta manifestada de distintas maneras sin importar edad, sexo ni clase social; si algún consagrado comete pedofilia (cosa abominable!), le echamos la culpa al celibato ¡ahí está el mal! y nos olvidamos que la mayor cantidad de casos de pedofilia se da entre casados…; y así con todo…
Entonces, ¿dónde está el mal?. Por supuesto que no es una pregunta sencilla de responder, pero podemos partir de un principio fundamental: que el mal (y el bien) se encuentran en el corazón humano, en el interior de las personas y que todo lo de “afuera” influye pero no determina (inclusive teniendo en cuenta la tentación desde fuera “del malo” por excelencia, es decir, el demonio). Jesús nos dice en el evangelio: "Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre." (Marcos 7, 20 ss.)
En este contexto compartimos la siguiente reflexión acerca del mal de la soberbia y de su “suero” curativo:
La soberbia es como un veneno que puede inocularse en cosas buenas o indiferentes en sí mismas y las vuelve letales para sí y para los demás; pero es un veneno “sutil”, para desenmascararlo hace falta una suerte de “reactivo”; el resultado es más o menos el siguiente:
Soberbia + (más) riquezas = (igual) falsa seguridad, idolatría.
Soberbia + poder = dureza, violencia, corrupción
Soberbia + placer = egoísmo, vicios y adicciones.
Soberbia + pobreza = resentimiento.
Soberbia + ciencia = incredulidad, sofisma.
Soberbia + dolor = tristeza, temor.
Soberbia + ignorancia = necedad.
Soberbia + miserias propias = desesperación, excusas.
Soberbia + miserias ajenas = incomprensión.
Soberbia + amor = posesión, celos, exigencia.
Soberbia + fe = superstición, credulidad.
El antídoto adecuado es la humildad, por eso:
Humildad + riquezas = generosidad
Humildad + poder = servicio.
Humildad + placer = capacidad de compartir.
Humildad + pobreza = confianza.
Humildad + ciencia = sabiduría
Humildad + dolor = aceptación, paz.
Humildad + ignorancia = capacidad de escuchar, discipulado.
Humildad + miserias propias = fortaleza.
Humildad + miserias ajenas = misericordia.
Humildad + amor = gratitud, capacidad de entrega.
Humildad + fe = certezas, libertad
Conclusión del experimento: “Lo que” vivimos no nos vuelve más humildes o soberbios sino que esas “sustancias” están o no en nosotros y condicionan nuestro modo de vivir… ¡ahí está el mal!.
P. Héctor Albarracín