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De sentido común: Sábado Santo de nuestra vida...

No es ésta una reflexión sobre lo acontecido religiosamente el Sábado santo sino una reflexión del sábado santo como símbolo de nuestra vida.
 
En “algún lugar de la mancha”, un grupo de jóvenes entusiastas que dirigían el rezo del Vía Crucis un viernes santo terminaron con la decimoquinta estación: “Jesús resucita de entre los muertos”. El hecho en sí es opinable pero nos interesa remarcar algo muy simbólico: no hubo tiempo de “duelo”, de espera, de silencio, de dolor, de noche, de vacío de todas las cosas, no hubo tiempo de tiempo…; eso simboliza el sábado santo.
 
El sábado santo de nuestra vida es lo que sucede después de la experiencia de la muerte, sea física, sea moral, después del fracaso, de las separaciones, de los desarraigos, de cualquier situación traumática; es lo que denominamos como el tiempo de “duelo”. Al ese duelo hay que hacerlo porque necesitamos un tiempo para “digerir” bien esas “comidas pesadas” que nos da la vida, ya que no sería bueno seguir “comiendo como si nada hubiese pasado”.
 
¿De que forma no lo vivimos bien? Cuando vivimos “acelerados” sin tener tiempo ni para pensar o rezar; cuando consumimos ansiosamente para darnos la seguridad “de que está todo bajo control” o empezamos “rápidamente” algo nuevo sin que hayan cicatrizado las heridas de lo viejo; cuando nos evadimos con el mundo virtual o con el ruido, o llenándonos de ocupaciones; cuando tenemos actitudes omnipotentes y de negaciones de la realidad que nos llevan a pensar que es cuestión solo de voluntad superar rápidamente lo que aún no hemos superado, o también cuando recurriendo a una suerte de “pensamiento mágico” no respetamos los tiempos de Dios o -lo que es peor- confiamos nuestra suerte a alguna superstición… ; todo eso no nos permite hace correctamente la “digestión” y de ese modo lo único que hacemos es “postergar” el duelo para vaya a saber qué época de nuestra vida y de qué forma.
 
La madurez, la felicidad, consiste en aprender a transitar “todos los terrenos”, y de vivir “todas las estaciones climáticas”, como dice la Sagrada Escritura: “todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo. Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado. Su tiempo el matar, y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar. Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar.” (Eclesiastés 3, 1); y los que vivimos en el tiempo tenemos que aprender a vivir cada cosa a su debido tiempo sin pretender “atrasar o adelantar” el reloj… porque en realidad lo que estaríamos haciendo es solo postergarlo…
 
El sábado santo de nuestra vida son los tiempos de duelo, de dolor, pero también – como el primer sábado santo de la historia- tiempo de esperanza; esperanza serena en Dios que no deja que nuestro corazón se entristezca o se desanime demasiado. La esperanza y la evasión se parecen pero son algo radicalmente distinto: ambas coinciden en el “despegue” de la dura realidad que nos toque vivir poniendo nuestro corazón en otra cosa…. pero se distinguen en el “aterrizaje”: la esperanza nos deposita serenamente en la realidad después de un tiempo de vuelo (o, en este caso, de duelo)… mientras que la evasión nos estrella contra la realidad inmediatamente después del despegue. La esperanza puesta en Dios nos da la fuerza suficiente para transitar ese duelo en paz, sabiendo que todo pasa.
 
Solo el que sabe “pasar” por el sábado santo llegará a la alegría perdurable del domingo de Pascua; no existen atajos ni puentes, solo un camino que hay que caminar paso a paso sin arrastrarse ni detenerse demasiado… ni pretender volar…
 
Terminamos con estos versos de José María Pemán a la Virgen de la soledad: “Como tú te sometiste,/someterme yo quería:/para ir haciendo la vía/con sol claro o noche triste./Ejemplo santo nos diste/cuando, en la tarde deicida,/la soledad dolorida/por los senderos mostrabas:/tocas de luto llevabas,/ojos de paloma herida.”

P. Héctor Albarracín

 

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