
De sentido común: la misericordia y el discernimiento.
Si en la medicina se aplica el medicamento o un tratamiento sin hacer un correcto diagnóstico, o al menos sin tener de base una buena intuición a la cual seguir, ¡entonces puede resultar cierto el dicho de que es peor el remedio que la enfermedad!. Por ejemplo, un dolor de estómago fruto de una indigestión se puede tratar con una “buscapina”; pero si ese dolor fuese el síntoma de una apendicitis esos remedios no son recomendables porque pueden “camuflar” la infección y agravar la situación. La medicina nos enseña que según el mal es el remedio, es por eso que antes de aplicar un remedio hay que hacer un diagnóstico, es decir, ver las causas del mal.
Algo parecido sucede a la relación entre la misericordia y el discernimiento; en este caso la misericordia sería el remedio y el discernimiento el diagnóstico. No se trata de quitarle al acto de amor la espontaneidad propia del mismo, ni de reducir la misericordia al razonamiento o demorarla demasiado por la planificación; sino de tener -aunque sea a modo de buena intuición- una correcta visión del mal que se quiere remediar o del bien que se quiere causar.
Veamos en concreto algunas obras de misericordia, el mal que se quiere remediar y su distinto tratamiento.
+ “Sufrir con paciencia los defectos del prójimo”. Se trata de “defectos”, el defecto es algo mas bien “padecido” que querido, no se trata -al menos en principio- de algo moral o culpable, sino del orden temperamental o psicológico, como puede ser el mal carácter, ser distraído, etc. Estos defectos si bien hay que buscar mejorarlos, la terapia consiste en la “paciencia” porque dichos defectos suelen tener mucho arraigo y llevar su tiempo y esfuerzo el -de alguna manera- superarlos. Teniendo en cuenta lo dicho no se puede entender cómo los defectos pueden ser la causa de la separación en un matrimonio: ¿por qué los va a separar el luchar en común contra un defecto?.
+ “Corregir al que se equivoca”. En este caso podemos suponer -a diferencia del defecto- un aspecto de culpabilidad o al menos voluntariedad. Es por eso que no alcanza con la “paciencia” sino que hay que dar un paso más y buscar corregir: el mal hace peligrar más la salud propia y ajena, el remedio tiene que buscar ser más eficaz. Una mujer, por ejemplo, puede tener “paciencia” del mal carácter de su esposo pero no de que éste la golpee… para esto último debe -especialmente pidiendo ayuda- buscar corregirlo. A unos padres no les alcanza con tenerle paciencia a su hijo que se alcoholiza o droga, porque esto puede favorecer que nunca cambie de conducta…. tienen que buscar corregirlo, aunque el tratamiento implique dolor….
+ “Perdonar las ofensas”. El perdón supone si o si una culpa, un pecado. No tengo que perdonar los defectos de los demás, o lo que hacen sin darse cuenta, sino lo que realizan culpablemente. Esto vale tanto para los demás como para Dios. En el confesionario no tengo que pedir perdón de mis defectos sino en tanto y en cuanto implicaron voluntariedad de mi parte y llegaron a ser pecado. Por ejemplo no corresponde que una persona se confiese que falto a Misa porque estaba enferma, eso no es pecado. Se pide perdón o se perdona los actos malos que se cometen deliberadamente, voluntariamente. Para lo demás alcanza con una disculpa.
Paciencia, corrección, perdón: tres tratamientos, tres medicinas para tres enfermedades distintas. Si las aplicamos inadecuadamente, entonces, ya no sabemos hasta qué punto hacemos misericordia porque ésta no es un mero sentimiento ciego.
Los ejemplos fueron puestos de modo ilustrativo, cada uno tendrá que seguir haciendo el discernimiento, el diagnóstico, para que la obra de misericordia realmente sea efectiva a la corta o a la larga; porque el verdadero acto de amor no nos hace cerrar los ojos ante la miseria propia o ajena sino que - en todo caso - nos hace ver más profundo...
P. Héctor Albarracín