Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. (Evangelio de San Mateo Cap. 6)
De sentido común: ¿seguridades inseguras o la Providencia divina?
En una oportunidad le hice el siguiente comentario a un enfermo de cáncer: “puede parecer que usted no puede programar mucho su futuro y yo si, es decir, yo puedo planificar que voy a hacer la semana que viene, el mes que viene, el año que viene...; sin embargo, en realidad, los dos estamos en igualdad de condiciones, yo tampoco tengo asegurado mi futuro por tener más salud, es cuestión de tener más o menos probabilidades...”. Ser joven, tener dinero y salud, o cualquier otro bien de este mundo no nos asegura la vida, no es que sea algo malo poseerlos, ¡al contrario!, pero no podemos poner nuestro corazón en ellos y sentirnos seguros porque son “seguridades inseguras”, ¿hace falta demostrarlo?, creo que no, la prueba está a la vista si sabemos mirar la realidad que nos rodea.
¿Entonces debemos vivir en el temor de perderlos?, de ninguna manera, ese temor no sirve para nada, solo tenemos que cuidar de no “apoyarnos demasiado” en lo que es endeble, porque si se cae nos vamos a caer también nosotros...; ¿pero qué es seguro? “en absoluto” nada creado, el mundo creado no es “ilimitado”, y nosotros tampoco... ; por no ubicar correctamente la providencia de Dios en nuestra vida es que pasamos a dos extremos igualmente equivocados: sentirnos omnipotentes y demasiado seguros de nuestras seguridades inseguras y vivir como si prácticamente no necesitáramos de Dios sino solo en ocasiones, como es necesaria la rueda de auxilio de un auto; o, por el contrario, cuando se nos caen nuestras seguridades inseguras, caer en la desesperación, buscar evadirnos constantemente de la realidad y ya no confiar en nada, ni siquiera en Dios.
La verdadera confianza en la providencia nos lleva a ubicar cada cosa en su lugar. Todo lo creado es una ayuda y bueno y seguro “en su justa medida”, pero no tenemos que poner nuestra esperanza última y definitiva sino solo en Dios y en su providencia. Necesitamos alguna “seguridad segura” para no caer en el temor, ¿pero dónde encontrarla? ¿cómo encontrarla?; una buena ocasión es cuando sentimos que “perdemos el volante” de nuestra vida, cuando nuestras seguridades se vuelven inseguras entonces es un momento privilegiado para dar el salto, para crecer, para darle el volante a Dios...(¡en realidad no se necesita más de Dios en esos momentos, como no se necesita más del aire cuando nos falta sino que simplemente se hace patente que “siempre” lo necesitamos!). De ese modo nos sentiremos más seguros pero no tanto de “nuestras” seguridades sino de Dios que es lo más seguro en este mundo porque -aunque nosotros lo podemos abandonar- El nunca nos abandona; y esa seguridad - a diferencia de la otra- será humilde, confiada, nunca poseída de manera absoluta y por eso siempre buscada y deseada, una seguridad que se vive “día a día”; esto es confiar en la providencia: hacer todo lo que esté a nuestro alcance, disfrutar de todo lo bueno que Dios nos regala, luchar, sufrir... pero con la certeza de que - pase lo que pase (repito: ¡pase lo que pase!)- estamos en definitiva en las manos de Dios.
Vivir de esta manera es lo que nos pide Jesús en el Evangelio: ser “como niños”; un niño no se siente seguro de sí mismo sino de sus padres, y por eso puede vivir alegre en medio de las dificultades porque se siente protegido y amado. Esto es saludable física, psíquica y espiritualmente hablando, porque el vivir con el temor de perder las seguridades inseguras de este mundo nos termina tarde o temprano enfermando.
¿Será esto lo que quiso significar San Pablo cuando escribió en 2 Corintios 12,10: “...cuando soy débil, entonces soy fuerte”?
P. Héctor Albarracín