De sentido común: ¡el amor es más fuerte!
Supongamos que una persona tropieza no pudiendo evitar caerse de frente ¿qué elije salvar: las manos o el rostro?. Si la persona al caerse salvara sus manos y estrellara su rostro contra el piso (descartando que se trate de un error motriz) ¿sería una buena elección? ¿sería lógica y normal una reacción así?; y no es que debe sacrificar las manos porque no las ame sino porque ama más su rostro; de aquí podemos sacar la siguiente conclusión: cuando tenemos que elegir, elegimos lo que amamos más y renunciamos a lo que amamos menos. Necesariamente gana el amor más fuerte...
Toda decisión implica necesariamente una renuncia y nos pasamos haciendo elecciones de este tipo u otras similares, de allí la importancia de que tengamos el amor “ordenado”, es decir, lo que es más “amable” esté por encima de lo debe ser amado menos o con un amor diferente. Esta es la razón por la cual elegimos ayudar a nuestro prójimo aunque tengamos que sacrificar otros bienes, especialmente materiales, o que dejemos de lado cosas que dañan seriamente nuestra salud, o renunciemos a nosotros mismos por amor a Dios.
Si el amor está “desordenado” se nota necesariamente a la hora de la prueba, a la hora de tener que elegir. Expresiones como: “no tengo tiempo”, “no tengo ganas”, “no tengo fuerza de voluntad”, usadas para con los demás o para con Dios, son en el fondo, muchas veces, falta de amor, de un amor más grande que nos lleve a olvidarnos de nosotros mismos.
¿Y cuáles son las consecuencias de tener “desordenado” el amor o de que cada uno le dé el orden que le parezca?, el problema es que, de ese modo, tomaremos malas decisiones en la vida, sacrificando lo que verdaderamente nos hace bien, lo que dura más, lo que nos hace realmente felices. El que elige romperse la cara y salvar las manos en el fondo le falta amor de si mismo, porque ¿qué “amor” es ese que nos hace sufrir inútilmente?; ¿ o qué amor es ese que nos priva de lo que nos hace realmente bien?. El hecho de “sacrificar” la lengua para colocarle un “piercing”, o hacerse operaciones “estéticas” que pueden dañar seriamente la salud, o descuidar la familia y la salud por avaricia, lujuria o cualquier otro vicio, ¿no tienen el mismo “desorden” ?
Es paradojal y doloroso ver cómo hay personas que “hacen todo lo posible por ser infelices” porque tienen “desordenado” el amor y ¡aman más sus cosas que a si mismos!¡o se aman más a si mismos que a los demás y que a Dios!.
Esta es la lógica de la comparación que hace Nuestro Señor Jesucristo acerca del hombre que vende todo lo que tiene porque encuentra un tesoro escondido ( Mateo 13,44 ss. ), ¿de dónde sacará la fuerza para “vender todo” sino del amor al “tesoro”?, por eso para el que “no encontró” el tesoro “escondido” esta elección le parecerá una necedad... una falta de amor y es todo lo contrario: ¡es por amor!. Quien considera que la vida cristiana es un conjunto de renuncias y obligaciones se le escapa lo más importante: que todo eso es fruto del amor y lo alimenta, de un amor más fuerte...
P. Héctor Albarracín