De sentido común: El Don de la Vida...
Un don, un regalo, expresa gratuidad y amor de parte de quien lo regala, es una forma de “darse” a sí mismo, un símbolo de amor que quiere despertar amor y gratitud en quien lo recibe. Por parte de quien lo recibe, ese don, ese regalo es algo que no puede “exigir” (se puede exigir por amor pero no se puede exigir el amor), a veces tampoco se merece y mucho menos se manipula o se desprecia porque se estaría despreciando a quien lo regala.
Nos referimos a los regalos fundamentales, como son la vida misma, la capacidad de ser amados y amar, la naturaleza y las personas que nos rodean, la fe, la gracia.
El más grande regalo que recibimos es la vida cristiana que comienza con el bautismo. La gracia es algo “gratis”, un regalo de Dios, un “don sobrenatural” que expresa el amor que Dios nos tiene. El heraldo de ese amor es Jesucristo.
También la vida humana es fundamentalmente un don de Dios ya que nadie eligió nacer, ni siquiera nuestros padres eligieron que “yo” existiera (eligieron, en todo caso, tener un hijo pero que ese hijo sea “yo” es un don de Dios). No soy fruto del azar o de la casualidad sino que el amor gratuito de Dios está en el comienzo de mi existencia más allá de la circunstancias adversas en las cuales pude haber sido concebido e incluso no deseado… Dios me deseó, me eligió, me amó primero y como signo de eso me “regaló” la vida y todo lo que viene con ella ¡qué paz y qué alegría!. Juntamente con la vida humana está toda la naturaleza en sus múltiples expresiones como un regalo de Dios hacia el hombre para que las cuide y administre; “y las otras son creadas para el hombre, para que le ayuden al fin para el que es creado (es decir, salvar su alma)” nos dice San Ignacio de Loyola.
Ésta es la razón fundamental por la cual respetamos la vida y no la manipulamos ni matamos (¡porque un “regalo” así no se descarta!). Lo contrario a todo esto es el hecho de “adueñarse” del regalo como si lo hubiésemos conseguido con nuestro solo esfuerzo, como si no dependiéramos de nadie más, como si no le debiéramos nada a nadie, como si tuviésemos “derecho” absoluto sobre él. Eso es en esencia la soberbia.
Cuando una mujer – tratando de justificar el aborto- dice “es mi cuerpo puedo hacer lo quiera con él” , se está adueñando de dos regalos: de su cuerpo y de la nueva vida que se gesta en él. Lo mismo sucede con quien vive su vida sin ningún tipo de gratitud a Dios y a sus padres, con quien dispone de su vida egoístamente sin atarse a otra regla que sus gustos y deseos. El que se “adueña” del regalo se termina volviendo exigente y hasta “dueño” de los demás, con el mismo criterio puede decir: “es mi hijo, lo educo como quiero”, “es mi auto, lo manejo como quiero”, “es mi…” “es mi…”; es lógico ¿cómo puede respetar y valorar a los demás como un regalo quien no se respeta ni valora a sí mismo como un don de Dios?. Por eso –hablando en general - el “ambiente social” se ha vuelto irrespirable: cada uno hace “su vida” y las demás personas ya no son un regalo sino algo “útil” que uso o no según convenga.
La acción de gracias es la buena digestión de los regalos, es la primera y saludable actitud frente a nuestra vida y la vida de los demás. Esta gratitud se traduce en valorar, disfrutar y compartir los regalos que la vida nos hace; sabiendo que los seres humanos podemos “crear” un sabor pero no un paladar, podemos imitar una flor pero no hacerla un regalo, un don de Dios; ese es el “límite”, por ese “cauce” de la gratuidad el río del amor corre mejor hacia el mar…, si quitamos el cauce, el río se pierde en las arenas del egoísmo y la manipulación…
P. Héctor Albarracín